Tras varios meses de pertinaz sequía, el pueblo ansiaba
desesperado que llegaran las lluvias para aliviar las gargantas propias y de la
tierra. Agua, tan preciada e imprescindible, valorada como el oro en aquellos
parajes; equivalente a vida, todo en el rancho empezaba a marchitar por su ausencia.
-No recuerdo nada igual, ya son casi cinco años sin llover
como es debido –masculló Cándido mientras sostenía una brizna de paja entre sus
labios-.
Con nostalgia, rememoró la época de esplendor y crecimiento,
siendo joven aún. Se humedecieron sus ojos y sintió caer dos lágrimas.
-¡Lástima que no sea lluvia! -exclamó-.
Microrrelato publicado en Cinco palabras, 4ª semana de agosto de 2017.
©María José Gómez Fernández.